
Llegó noviembre a Huaquechula. Llegó hace un año y llegó otra vez ahora, hace poquísimos días.
La gente se preparó mucho para sus velorios. Prepararon grandes altares y trajeron todo lo que sus muertitos podrían querer. Éstos, glotones y hambrientos tras el ayuno, regresaron a comer y beber y fumar. Se empacharon y, pasadas unas horas, se fueron de vuelta al mundo de la ausencia.
Aquí se quedó la gente como la mamá que perdió un hijo o el hijo que perdió una mamá. Se quedaron frente al altar con la esperanza de que a su destinatario le haya agradado. Le dieron el regalo a sus muertitos con la esperanza de un día recibir algo igual cuando les llegue la hora del velorio.
A mí ayer me tocó asistir a algunos velorios. Físicos y emocionales. Uno vino acompañado de lágrimas. Otro, de un poco de indiferencia. El último vino lleno de la certeza de que así está mejor, muchísimo mejor. Y de que así todo queda bien acomodado.
Hoy desperté más ligero, y con ganas de decir algo a quien sigue aquí presente, lejos de entierros.
y lo dije, queriendo ser escuchado.
2 comments:
No sé por qué... pero Noviembre siempre viene lleno de melancolía...
Un beso!
se.
Es cierto, Pablito, Noviembre viene lleno de melancolìa... pero también la vida hace necesaria la muerte, y el duelo... Cuatro muertes.Cuatro entierros. Cuatro duelos.
Y sin quitarle un àpice a cada uno de ellos, pues su inercia, contenido, profundidad y deuda tendràn, no creo equivocarme al decir que uno debe sentirse bastante ligero despuès de esas muertes.
En un sentido, liberado del cuerpo y sus cargas, de la memoria que nos fuerza a una ruta ya antes mil veces recorridas.
Ligero para reencarnar. Ligero frente a un cuaderno sin escribir. Ligero para volver a ver el mundo...
Ligero...
Saludos,
Arturo
www.viajeros08.blogspot.com
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