10.12.08



Hace unos meses amanecí en un ático en Amsterdam.

Amanecí como la primera vez y me llené de risas. Todo se fue haciendo de pequeñas pero profundas certezas. No había muchos deseos ni requerimientos. Había una cantidad tal de presente que cualquiera se podría atragantar de lo lindo. Yo me atraganté y me fascinó.

Caminé por todos lados. Veía embobado las bicicletas. Me sorprendió la belleza, los callejones, la ciudadanía apropiada, el parque, la música. Todo. Quería estar ahí y ahí estaba. No había mucho más.

En la noche fui a un bar y este tal de la foto, cuyo nombre no recuerdo, tocaba su saxofón como si hubiera dejado prendida la estufa. Era desfachatado y brusco. No había serenidad.

Yo lo miré tranquilo, sin prisa. No necesitaba nada más.

y luego regresé acá.

Pocos días más tarde, salí con la intención de ver la belleza y los callejones y la ciudadanía apropiada y el parque y la música. Acabé en la Plaza de Santo Domingo en el concierto de un sujeto del que poco conocía: un tal Goran Bregovic.

Llovió y bailé. Bailamos.

y durante unos meses me llené de presentes, de pequeñas certezas, de risas, de ganas de no querer demostrar nada a nadie.

Me trepé en una habichuela hasta bien alto, y desde ahí, había veces en las que todo estaba claro y se veía hasta bien lejos.

pero orita, orita, orita... suena un saxofón en mi oído izquierdo, como para acordarse de un amanecer en Amsterdam y llenarse de risas.

2 comments:

Sofia Elena said...

Pablo! Yo también estuve en el concierto de Goran Bregovic, ¿cómo es que no nos vimos? Supongo que no siempre es el momento, o el momento no es siempre...

se.

Anonymous said...
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