"El agua nos llegó hasta las narices, Evaristo, mira", le dije.
"Ahora nomás va a ser cosa de ponerse a nadar", me respondió.
"Pero mira la niebla..." estaba a punto de decir cuando lo vi echarse el clavado fuera de la canoa, o lo que quedaba de ella.
"Aaaaaaaaah!!!", gritó con una sonrisa. Su frente estaba sangrando.
Ya habíamos llegado a la orilla.
"Aviéntame la cuerda!", alcanzó a decir, antes de caer desmayado por el golpe.
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