15.6.08



Existen monumentos dedicados al poder,

a la religiosa trascendencia del tiempo,

a la esperanza,

al miedo.

Existen grandes monumentos dedicados a casi cualquier cosa.

Hace años yo eregí uno enorme para el silencio. Un día, cuando niño, me prometí no usar las palabras más de lo estrictamente necesario. Parecía lo más sencillo y natural, y no entendí que esa era una combinación menos común de lo que podía siquiera imaginar: sencillo y natural.

No entendí muchas cosas acerca del silencio y, claramente, mi propósito se fue opacando entre los montones de palabras que dije por decir, sin querer queriendo.

Los silencios y los sonidos fueron adquiriendo nuevos significados y las relaciones entre ellos han cambiado en repetidas ocasiones.

Una vez el silencio fue un punto de partida. Me resistí a aceptar lo que decía el diccionario sobre el silencio, reduciéndolo a ser la ausencia de sonido, a depender de la inexistencia de algo más. No. El silencio era mucho más. Justo era el espacio generador, el origen del sentido, el planteamiento de una nueva posibilidad. El silencio una fuente. Se volvió fundamental darle su propio espacio y es que sólo así podría entender mi papel en el mundo y la visión de lo que me gustaría creer (y escuchar). El silencio me puso la responsabilidad encima: había que hacer que de él emanara algo sensato.

Y en otra ocasión, muchos años más tarde, el péndulo vino de vuelta. Decidí que siempre no era así (tal vez era demasiada responsabilidad). Rechazada la idea anterior, me di cuenta que la verdadera esencia del silencio tenía que ver con la satisfacción, con la plenitud. El silencio era una sala de descanso sumamente exclusiva a la que únicamente podrían acceder aquellos que hubieran construido, por medio de algún sistema de comunicación, una claridad tal que culminara finalmente en el silencio. Eso. El silencio como culminación. Bajo esta posibilidad, había que disponerse a hablar, claro y fuerte y decir todo, todito, todo lo que se pudiera a fin de no dejar ni un cabo suelto.

Pero evidentemente, hubo -y hay- muchos cabos sueltos, y esa etapa de reconfortante mudez es una aspiración sinsentido. Sólo sin la vida se puede estar exento de las palabras que la ordenen y le den sentido. En fin, esto no pretende ser un texto filológico que profundice en el valor de cada vocablo. Por el contrario, paradójicamente habla del silencio.

Y ya. Ni como punto de partida, ni como punto de llegada. Al menos no exclusivamente. Un comodín es el silencio, entre la reflexión y la euforia. Silencio camaleón que a veces dice todo y a veces sólo es un paso atrás antes de aventarse al vacío de los dichos.

¿Qué sentido batallar con la intermitente -e irremediable- presencia del silencio? ¿Qué sentido tener que asignarle una identidad estática a ese elemento errante que a veces es rabia y a veces introspección, que a veces muestra ignorancia y otras tantas certeza? ¿Para qué ponerle nombre a la eterna posibilidad?

Hoy usé el silencio para escuchar,

para encontrar qué decir,

para no gritar,

y también, por más de una razón,

para, simple y sencillamente, estar.

Hoy el silencio fue saliva quemante, abrumadora.

Fue hermosa contemplación.

y acaso también desesperación y desconsuelo.


Luego, con la llegada cuidadosa de la noche, el silencio fue como una multitud que gritaba su sonrisa.

Una sonrisa que para quien sabe entender, no es necesario mayor explicación.

1 comment:

Arturo Peón said...

Pablo>

En algunos casos tus textos me parecen un poco cripticos. Con lecturas en distintos planos. Uno de los cuales desde luego es la reflexion o la poesia, pero sin embargo hay siempre una sensacion de que envias un mensaje a alguien... (Perdona mi permanente deformacion de psicologo, o bien mi constante presencia de amigo interesado en tu bienstar)...

Por otra parte, lo que conecto es lo siguiente:

Supongo que el silencio esta bien sobre todo cuando se le elige, no importa si como punto de llegada o como punto de partida. Cuando es una forma de estar, como en la oracion o como en la meditacion. Nada surge si no hay silencio...

Pero el silencio es desesperante cuando alguien nos lo impone (Cuando alguien nos fuerza a silenciar las palabras pues hay una amenaza) o bien, cuando hemos lanzado nuestra palabra a otro y el otro decide no responder (cuando uno ha decidido hacer una apuesta por otra persona, y esa persona se retira de la mesa).

La vela prendida que has elegido como apertura del texto meno puede ser sino elocuente: juega en dos sentidos, o como signo de meditacion, o como signo de suplica...

Suerte con lo que quiera que haya detras de esa vela...

A.P.